Hace tiempo que sigo el blog de Kathryn Vercillo – Crochet Concupiscence – y conocía su libro “Crochet Saved My Life”, pero no me había animado a leerlo hasta ahora porque hay cosas ahí que no me apetecía remover. Pero ahora por fin, sí, llegó el momento.
Tengo esclerosis múltiple (EM para los amigos). Mi primer neurólogo y yo calculamos que todo empezó unos 2 años antes, pero fue en 1999 cuando empecé a notar unos síntomas que ya eran tan evidentes que entorpecían mi vida diaria. Después de un par de meses de dar vueltas y vueltas, por fin encontré un médico que sabía exactamente lo que me ocurría. Tras más de una hora de “interrogatorio” donde le conté todo lo que me pasaba, me dijo “O tienes un neurinoma (un tumor en la columna) o tienes esclerosis múltiple. Mi consejo es que ingreses inmediatamente y obtengamos un diagnóstico y un tratamiento lo antes posible”. Y así lo hice, esa misma tarde. Era el 9 de junio de 1999.
Pasé 12 días en el hospital. Los 3 primeros días en un Box en Urgencias, con muy pocas visitas. Una vez ya descartado el tumor, empecé a recibir tratamiento para la EM y subí a una habitación en planta (4 pacientes en la habitación), donde evaluaron el desarrollo de mis síntomas e hicieron más pruebas para descartar otras patologías extrañas. Aprendí muchísimo de mi misma los días que pasé allí. En Urgencias lo más que hice fue escuchar música a todo volumen para ahogar el ambiente (en Urgencias no se duerme, no se descansa nunca, pero eso sí, están todos pendientes de ti) y habitar dentro de mi cabeza, comiéndome el tarro, esperando respuestas, un diagnóstico, una solución. Luego en la planta toca habitar con los otros pacientes, con tu nueva historia, con la de ellos, con tus visitas, con las de ellos. Y no hay vías de escape, no puedes estar sola. Lo que lloras, lo que rabias, lo que temes, lo tienes que compartir.
Tenía algunos cd’s y el reproductor portátil, tenía algún libro, pero era complicado concentrarse, aislarse, en aquel ambiente, y mi cabeza bullía. Entonces le dije a mi madre que necesitaba hacer algo con las manos y me trajo una aguja de ganchillo e hilos.
Cuando era niña me encantaba bordar y tejer. No recuerdo cuándo empecé a hacer todas esas cosas: ganchillo, tejer, bordar y otras manualidades, no tengo memoria de aprenderlo, pero todo lo absorbí de las mujeres de mi familia. Las dos agujas me parecían más modernas porque en mi casa a ganchillo solo se hacía “filet”, y sin embargo tejían jerseys modernos con lanas llenas de color y fantasía que a mí me encantaba vestir. Luego abandoné todo eso, pero en el hospital, de pronto, los hilos tiraron de mí.
El otro día conversando con mi madre le comenté que recordaba haber hecho algo con hilo rosa allí y para mi sorpresa, me dijo que aún conservaba aquel trapo. Porque es eso, un trapo (no hay más que ver los bordes, me estaba comiendo puntos…) con el que hice callar todas esas voces de dentro y fuera de mí. Con el hilo y la aguja en las manos, después de tantos años, mi cabeza no sabía lo que estaba haciendo pero mis manos conservaban la memoria de cómo tenían que moverse. Fue muy divertido verlo.

El «trapo» 🙂
Recuerdo que una de las neurólogas me miró un día con desaprobación y me dijo que dejara de hacer eso, que descansara. Supongo que desde su perspectiva, aquello era un desperdicio de mi energía, pero para mí era un tranquilizante.
Cuando por fin regresé a casa fue un alivio pero mi cabeza… Era difícil estar allí, de baja, sin trabajar, esperando por el tratamiento (un medicamento que me tenía que inyectar yo misma, con posibles efectos secundarios serios), esperando recuperarme, esperando ver mi evolución, esperando… Siempre esperando. Cientos de preguntas, cero respuestas. Al principio no podía salir, mi rehabilitación era el pasillo de casa. Darme una ducha me agotaba y al terminar tenía que sentarme para poder peinarme. Me agobiaba tanto no tener energía. Veía mis cosas, mis discos, mis revistas, y pensaba “¿quién va a cuidar de todo esto, si solo ducharme ya me agota?”. Me ponía un disco y me enfadaba. Ya no podía seguir el ritmo de la música con los pies. Me sentaba con un libro, tenía que leer la misma página 70 veces y aún no me concentraba. El cine, la tv, lo mismo. Era tan difícil controlar mi mente.

Mi diario
Y entonces volví a hacer punto de cruz. Fue mágico. Todo desaparecía. Las voces seguían ahí pero ya no tenía espacio para ellas. Mi cuerpo desaparecía y las horas volaban mientras yo cosía, feliz al ver aparecer algo hermoso solo moviendo hilos y agujas. Hice muchos cuadros grandes, llenos de pequeños detalles y todos los regalé. Llegó un momento en que se volvió algo incómodo, porque demanda mucho esfuerzo de la vista y de la postura corporal. Por entonces llevaba tiempo viendo todos esos muñecos de amigurumi en internet y pensé “Vaya, ¿seré capaz yo de aprender a hacer eso…?” y aquí estoy, X años y X muñecos después.


Mi cuadro favorito (está en Holanda) y mi primer intento de amigurumi, la muñeca Marieta
Soy una persona convencida de los enormes beneficios de las manualidades y los trabajos artesanos. Ojalá se animara a todos los niños y niñas a probar su mano en ellos, igual que se les anima a leer o aprender a tocar un instrumento.
Mi vicio actual es el ganchillo. ¡No quiero parar! Mientras trabajo, esa parte obsesiva de mi mente que solo quiere preocuparse está como secuestrada por la parte que se dedica a contar, a seguir un patrón, a combinar colores, a dar formas, a CREAR. No hay cabida para nada más. Y al final aparece una cosa bonita que siempre es bienvenida al mundo con alegría. El ganchillo me resulta muy fácil, cómodo y relajante, aunque demanda y consume mis horas.
Todavía hay quien piensa que “es cosa de abuelas”. Me da lo mismo, ¡vivan las abuelas! Estas labores están ahora de moda y eso solo puede ser bueno. Y cada vez más hombres se animan a probarlo, desafiando los siempre estúpidos cánones de género. ¡Es el poder de los hilos!